El pensamiento de Marcuse (Reseña)

En El pensamiento de Marcuse, publicado en 1971, apenas un par de años después de que fuese traducido al francés El hombre unidimensional (En 1968, cuatro años después de su publicación original), Pierre Masset se encarga de reseñar las líneas más sobresalientes de la obra de Herbert Marcuse (Berlín, 1898-1979). La primera parte del trabajo de Masset, cuyo título es La crítica de la sociedad industrial avanzada, está enfocada a presentar la visión que Marcuse planteó sobre la civilización de la post-guerra.

Masset nos introduce en la crítica de Marcuse exponiendo que, para el pensador alemán, el capitalismo norteamericano supone el camino a una sociedad cerrada que “controla e integra todas las dimensiones de la existencia, privada y pública, que asimila fuerzas e intereses antes opuestos, que administra metódicamente los instintos humanos: una sociedad en la que toda potencia de negación está reprimida y se convierte a su vez en un factor de cohesión y afirmación”. Ésta sociedad, tal y como está construida, está encauzada, mediante una “libertad administrada y represión instintiva>> a la súper producción; sin embargo, es ésta misma productividad excesiva la que nos vuelve no sólo irracionales como sociedad sino unidimensionales. El hombre unidimensional pobla las naciones renunciando a su autonomía y abrazando el conformismo, aceptando el mundo tal y como le viene dado por los estándares creados a razón de normas sociales.

A continuación, el autor decide dividir la explicación de la unidimensionalidad del hombre y sus consecuencias en cinco subtemas: Publicidad y lenguaje; Cultura y arte; Sexualidad; Mundo sin oposición, y Filosofía y análisis lingüístico. En el primero de ellos, Marcuse, en la voz de Masset, apunta como rasgo característico de la sociedad unidimensional el de el control y la manipulación que los agentes de la publicidad ejercen sobre los individuos. La publicidad desaparece el pensamiento dialéctico -bidimensional- y el lenguaje se convierte en una herramienta de dominación y estandarización. Masset indica aquí que este último tema, el de la degradación del lenguaje, llama especialmente a Marcuse y a partir de él exhibe que la sociedad industrial avanzada ha destruido la capacidad de confrontar, es decir, que el lenguaje se ha convertido en  algo “estrictamente funcional” y esa funcionalidad vacía de contenido a los conceptos, los transforma en un instrumento del comercio, siendo ésta una tendencia que permea en todos los planos y latitudes (También en Oriente). Éste uso del lenguaje “encierra a los individuos en el horizonte de una visión uniforme”, el pensamiento colectivo se modela de tal forma que sólo exista una idea única.

Enlaza entonces Masset con la visión marcusiana de que la uniformación cultural produce la desaparición de la capacidad de Negación Total. Aquí Marcuse explica que la cultura es asimilada por la realidad, pierde sus elementos esenciales que le permitían oponerse a lo real y romper los paradigmas que allí se crean. La comercialización de la cultura le hace perder fuerza y la deja en manos del mercado, cuyo único objetivo es el beneficio material. En esa carrera mercantil, la cultura no se mueve trascendentemente, distanciándose y creando realidades alternas, sino que apela al acercamiento de los fenómenos cotidianos para venderse mejor como producto. Sin ese distanciamiento, el arte no logra contrarrestar la “dominación represiva de la razón”. Este fenómeno, que Marcuse llama desublimación represiva, no limita su efecto a la cultura nueva, sino que copra el poder transgresor de los clásicos del arte y la literatura, esos a los que el capitalismo da acceso aunque, en el proceso, los convierta en otro elemento más de su sociedad dominada.

 Prosigue el texto advirtiéndonos que la desublimación no sólo tiene lugar en el plano cultural, sino que también recae en los instintos humanos, más específicamente en la sexualidad. Desde el momento en que el sexo es asimilado por el modelo de dominación y estandarización, el individuo pierde el control sobre sus deseos y éstos, dice Marcuse haciendo uso de Freud, pasan a ser organizados por la sociedad. Aquí yace la represión del instinto sexual humano en la sociedad industrial avanzada y el peligro de ello está en que “mientras la sublimación preservaba la necesidad de liberación, la desublimación controlada debilita la rebelión de los instintos contra la sociedad establecida”. Marcuse avanza en ésta exposición haciendo uso de Freud, aunque apunta que éste presentó, confundido, “como necesidad natural lo que a veces no es sino una contingencia histórica”. Freud había planteado el principio de realidad como aquel que rige la sexualidad dentro de una sociedad como la que Marcuse crítica, y no es otra cosa que el placer por el placer, que es instintivo al ser humano, es reemplazado por una búsqueda racional de lo que es útil. Marcuse decide añadir dos conceptos más: la sobrerrepresión, que es “producto de la dominación social histórica”, y el principio de rendimiento, que personifica el principio de realidad en la sociedad estudiada por Herbert. Freud entendía que la subordinación de los instintos sexuales tenía su origen en la escasez de los medios de subsistencia y su consiguiente necesidad de limitar el número de individuos. Para Marcuse, sin embargo, ésta escasez se origina en la organización y distribución de la producción y los bienes producidos, y no es inherente a la realidad social. De ésta manera, la represión que recae sobre la sexualidad en la sociedad moderna busca orientar la sexualidad a estándares convenientes para que se mantenga ésa organización y distribución, y esto se logra mediante el principio de rendimiento que enfoca todo hacía la ganancia, desviándonos hacía el trabajo y enviando un mensaje que justifica la premisa de ésta represión.

Finalmente, Masset continua su exposición de la crítica de Marcuse haciendo alusión a lo que es la tesis que éste plantea. La amalgama de la desublimación cultural, la desublimación sexual, la represión y la publicidad convergen para la creación de un fenómeno que es llamado en la obra que él reseña “embotamiento de la crítica”. El hombre unidimensional que la sociedad tecnológica crea está imposibilitado para una actitud crítica. Las coyunturas descritas con anterioridad crean en la sociedad una “falsa consciencia feliz”. No hay interés de protesta pues se está conforme con lo que genera la sociedad industrial avanzada. Los poderes políticos opositores son también parte de éste conformismo. Sin necesidad de crítica, el sistema rechaza todas las alternativas de libertad e incluso los programas políticos otrora opositores convergen en un pensamiento cada vez más unificado; las clases sociales se subsumen no porque las diferencias hayan dejado de existir, sino porque el modelo los unifica. El sistema pierde su capacidad histórica de dinamización porque no hay consciencia de la dominación ni voluntad para cambiarla. El universo que crea la sociedad moderna borra del mapa la posibilidad de ejercer una crítica al sistema.

No termina, sin embargo, aquí la reseña de Masset, pues aún hay espacio para exponer cómo ha cambiado la filosofía dentro de ésta sociedad. Y es que Marcuse también denuncia la existencia de una “filosofía unidimensional”. Como el arte, la filosofía de la sociedad moderna decide abandonar la Negación como actitud y encaminarse hacía una filosofía positiva y empírica, subordinado a la funcionalidad. El filosofo unidimensional piensa que en la filosofía no tiene cabida la explicación y la teoría, y que toda ella debe centrarse en la descripción, rompiendo así con la histórica tarea de liberación de la filosofía.

En líneas generales, Masset logra exponer con claridad la línea argumental de Marcuse. Medio siglo después de que El hombre unidimensional saliera, por irónico que sea, al mercado, la vigencia del pensamiento de Herbert Marcuse es bastante alta. Aunque pequeñas revoluciones hayan transformado la sociedad que él estudio, y que cambian ligeramente la situación de represión, el debate que plantea su obra aún no ha sido resuelto. La tendencia monopolizadora de la democracia, el capitalismo y los métodos de desenvolvimiento de éstos guían a una peligrosa sensación de que la historia ha terminado. La presentación de éste sistema que remueve aristas sociales y humanas como el definitivo e inmejorable ecosistema de libertad, paz y bienestar es, en realidad, la expresión más profunda y latente de esclavitud. La infinitud de la historia es lo que nos hace realmente libres y la protesta social es la vía para no darle fin.

El reto que se plantea la crítica de Marcuse radica en cómo lograr conjugar el proceso tecnológico que deriva en un aumento de la calidad de vida, sin que éste nos esclavice en un sistema estático y manipulado; cómo evitar que la sempiterna mejora técnica de las sociedad humanas interrumpa el camino ilimitado de la historia como forjadora de realidades sociales; cómo escapar de la unidimensionalidad latente mientras se logra seguir produciendo bienestar. Marcuse abre una ventana, la protesta en una sociedad que está concebida para que no exista la rebelión, y salir de la prisión depende de solucionar éstos problemas.

EL PENSAMIENTO DE MARCUSE (P. 11-32) PIERRE MASSET